Sociedades de cristal en un mundo inmediato

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Por Adrian Mercado Osinaga

Un título espectacular, una oración que impacte, una idea de menos de 200 palabras, un video de menos de un minuto, bastan para ser viral en la era de la inmediatez. Lo que importa es el impacto, no el mensaje. De modo que, la vida se ha convertido en una carrera donde se compite por competir. La paciencia es sinónimo de debilidad; el silencio, insoportable y el proceso una pérdida de tiempo. Hoy todo debe saberse rápido y mostrarse aún más rápido. Entender es lo de menos, demostrar que sabemos es lo que vale. Solo para validar nuestra existencia ante los demás.

Las comparaciones son constantes, y nuestras emociones se han reducido a reacciones instantáneas. El constante movimiento provoca inestabilidad en los individuos y las generaciones pasadas (X, Millennials) como si se trataran de verdugos, te recuerdan que “las nuevas generaciones son de cristal”, porque los jóvenes son débiles, flojos, inestables, soberbios, etc. Y no se equivocan, pero ¿realmente son los jóvenes el problema? O quizá como dice la frase: “la culpa es de la vaca”.

La sociedad vive esclavizada en un sistema “políticamente correcto” que censura la verdad, cancela lo incómodo y aprueba la banalidad. Se han normalizado cosas que deberían preocuparnos. Bajo el pretexto de “cuidar la sensibilidad del usuario”, censuran la mención de muertes, guerras, asesinatos, injusticias, como si taparse los ojos fuese suficiente para que la realidad desaparezca.

A lo largo de la historia, las potencias mundiales o personas que tuvieron poder en algún momento, censuraban material que los perjudicaba o que atentaban contra su gobierno. Pero existió una guerra que comenzó un movimiento de censura que hasta el día de hoy se hizo más fuerte.

La censura en la Guerra del Golfo (1990)

El 2 de agosto de 1990, Irak invade Kuwait por razones económicas (deuda petrolera) y territoriales. Lo curioso comienza cuando EEUU lidera una coalición internacional de más de 30 países contra Irak, y CNN transmite por primera vez una guerra en tiempo real, a  escala global, donde los norteamericanos demostraron al mundo su poder militar y su rol como policía del mundo. El escándalo de la transmisión, no surge por las imágenes crudas que deja una guerra. Sino al contrario, CNN mostró un espectáculo para toda la familia, expusieron imágenes hipnotizantes de cómo despegaban sus aviones, videos de bombas que parecían fuegos artificiales y siempre con el discurso de “nosotros somos los buenos”. No se mostró ni un muerto en pantalla. Las personas llegaban de trabajar encendían la tele y disfrutaban del lindo espectáculo de la guerra. Cuando la guerra terminó, CNN recopiló las mejores imágenes de la guerra, tal como lo haría un reality show.

Ante esta manipulación y monopolización de la información, el grupo argentino “Serú Girán” se reunió para componer el álbum “Seru giran 92” y con ella la canción “Déjame Entrar” que comienza con las siguientes palabras: “Nadie vio a los muertos de Irak en su pantalla. ¿Cuántos Serán? ¿Fuego artificial o son bombas que estallan? Se ven igual”.

La guerra no es un espectáculo, es el lado oscuro de nuestra humanidad, pero te ayuda a reflexionar y buscar la paz, ante todo. Con la globalización y el avance tecnológico, las redes sociales llegaron a censurar toda aquella palabra o imagen que denuncie la injusticia o muestre la realidad sin filtros. Privando la libre expresión y dejando a un lado el pensamiento crítico y justificando problemas reales como si fueran identidades.

La obesidad ha dejado de verse como una enfermedad o un síntoma del sistema alimentario, para convertirse en una bandera “intocable” bajo el discurso de la aceptación. Los traumas infantiles, que antes se abordaban con terapia, ahora se disfrazan de identidades de género como si eso resolviera el fondo del problema. No se trata de odiar la diversidad, sino de no encubrir heridas reales con etiquetas que solo postergan el dolor.

Todo se ha vuelto contenido “rápido”. La capacidad de retención se ha reducido al mínimo, por eso la mayoría no soporta un video de más de dos minutos, y si no pasa “algo impactante” en los primeros tres segundos, se desliza al siguiente. Por otro lado, cuando YouTube se encontraba en su auge por los años 2013, esta plataforma ofrecía videos de 10 minutos como mínimo por parte de los “youtubers”, y los usuarios pedían más. Hoy, la misma audiencia se queja de que dos minutos son eternos.

Ya pocos pueden ver una película sin distraerse, ni leer un libro sin mirar el celular, ni ver un documental sin adelantarlo, incluso escuchar una canción completa parece un logro. A lo que nos lleva a vivir sin sentir, o a ser robots desconectados de la realidad, desplazándonos por la vida con el pulgar, en una pantalla.

El consumo audiovisual ha cambiado demasiado, y la actriz, Winona Ryder en una entrevista, expresó su molestia por las nuevas generaciones de actores que ya no ven películas: “Lo primero que dicen es ¿Cuánto dura?”. La molestia iba implícitamente dirigida a la actriz Milly Bobby Brown.

Tiempo después la joven actriz, confesó en otra entrevista: “No veo películas… ¿Cuánto tiempo tendré que sentarme? Porque a mi cerebro y a mí ni siquiera nos gusta sentarnos para ver mis propias películas”. Este hecho, es uno de los miles de casos que rondan por la capacidad mínima de retención de información.

El marketing lo sabe, y lo explota. Todos los videos siguen el mismo patrón; planos de tres segundos, gancho visual, música viral, texto breve, dopamina. Están destrozando la mente de las personas, formateándolas para que no piensen, solo repitan. La meta ya no es pensar, ni crear, ni dialogar. Es ser viral, hacer dinero rápido. Todo es tan superficial, encasillando modas, el hecho de vestir con ropa ancha y poleras de bandas de rock, te encaja en el perfil de “ser diferente” cuando solo es una simple moda, en un joven que quiere mostrarse “distinto”.

Antes, la música mainstream tenía canciones de 4 minutos, letras enteras que los fans memorizaban. Hoy, basta un fragmento de 10 segundos que se hace tendencia en TikTok para que alguien se autodenomine fan. Sin conocer la canción completa.

La superficialidad en las redes está llena de frases vacías de tres palabras “Sé tú mismo”, “Brilla sin miedo”, “Ámate más” que se venden como “profundas”, mientras que escritores como Oscar Wilde en “El retrato de Dorian Gray” se tomaban varias páginas para expresar todo el amor que Sybil tenía por Dorian. Antes, una emoción era un proceso, se construía a través de la experiencia. Hoy es un emoji vacío.

La salud mental tampoco está fuera de este colapso y el incremento de niños, jóvenes con TDA, TDAH, ansiedad y depresión es una muestra de las consecuencias del problema. No solo existen por sí mismos, sino que se alimentan de redes sociales y familias disfuncionales. Lo que genera una niñez abandonada, hiperestimulación desde pequeños, padres ausentes y pantallas como niñeras.

Las personas trabajan toda su vida. Se levantan temprano, enfrentan el tráfico, soportan jefes, responsabilidades, deudas, expectativas y al final del día, lo único que desean es anestesiarse con algo fácil. Un poco de dopamina rápida para olvidar lo agotador que es simplemente existir. Es comprensible.

Pero una vez, el expresidente uruguayo, José Mujica (QEPD) dijo: “Cuando compras algo, no lo haces con dinero. Lo haces con el tiempo de tu vida que tuviste que gastar para tener ese dinero. Y ese tiempo es lo único que no se puede comprar. La vida se te va”.

Nos pasamos la vida trabajando para comprar cosas que no necesitamos, para personas que no vemos, con dinero que no tenemos. Y eso, como él advirtió, nos convierte en viejos amargados. En almas que no vivieron, sino que se agotaron.

Sí, hay gente que ni siquiera puede descansar. La pobreza, la desigualdad, la necesidad, no les permite mirar las nubes o contemplar el arte. Pero si tú puedes, aunque sea unos minutos al día, hazlo. Porque estamos aquí para vivir con plenitud, no para correr detrás de algo que nunca se alcanza.

Concluyendo este escrito, una de las razones por las que decidí escribir este artículo, aconteció en el evento del “Kencha Fest” mientras repasábamos las preguntas con el músico, Michael Antoni para una entrevista al estilo “Ping pong”. Michael, comentó: “Espera, quiero pensar, todo es tan rápido ahora”. Aquella respuesta me inspiró y reforzó esta idea que rondaba en mis pensamientos.

Disfrutemos los pequeños detalles que sí importan. Consumamos formatos largos, por el esfuerzo placentero que representa, sintamos el peso del lápiz al dibujar, parémonos a escuchar el silencio, a respirar. Enfoquémonos en construir relaciones duraderas y no líquidas, logrando charlas cara a cara sin revisar el celular, una tarde pintando sin publicar el resultado, un libro leído sin el apuro, ni la presión de “haberlo leído”, una película completa, sin pausas ni notificaciones. Fundamentalmente dejar de lado el imaginario colectivo de “competencia”. ¿Quién escucha más canciones, ve más series o lee más libros? Es lo de menos. Últimamente, nos obsesionan los números ¿cuántos minutos escuchaste en Spotify? ¿Cuántas películas viste? ¿Cuántas horas estuviste “activo”?

Y lo digo sin hipocresías, porque formo parte de este sistema adictivo, porque también scrolleo y me distraigo. Siendo arrastrado a consumir y producir contenido rápido, a diseñar bajo un estilo de marketing que desgasta nuestras mentes, pero que me exige sobrevivir dentro de una lógica enferma. Este artículo es, también, una crítica a mí mismo. A lo que he dejado que me moldee.

Sin embargo, la tecnología nos permite construir, pero evitemos que nos destruya.  Logremos recuperar el tiempo, no como nostalgia, sino como resistencia. Probablemente este artículo no sea viral, quizás no lo terminen de leer o ni sea leído.

Pero como escribió Fernando Pessoa en El libro del desasosiego: “Gozo de la brisa que me dan y del alma que me dieron para gozarlas, y no pregunto más ni busco. Si lo que dejé escrito en el libro de los viajantes puede, releído un día por otros, entretenerlos también en el tránsito, si no lo leen, ni se entretienen, estará bien también”.

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