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Por Valeria Quiñones
Nos estamos acostumbrando a amar rápido y dejar ir todavía más rápido. Entre conexiones fugaces y silencios repentinos, intentamos construir vínculos que cada vez se sienten más difíciles que tomen forma. Cada vínculo se vuelve un experimento breve que intentamos que no duela demasiado.
En este contexto, un sociólogo polaco, Zygmunt Bauman, desarrolla una teoría del por qué el concepto de lo líquido, lo débil, lo que “fluye” está más presente en la modernidad,a comparación de décadas pasadas. Bauman describió las relaciones contemporáneas como una experiencia inestable: “En este mundo las relaciones son bendición a medias, oscilan entre un dulce sueño y una pesadilla y no hay manera de decir en qué momento una se convierte en la otra”. Esta ambivalencia emocional define lo que hoy llamamos amor líquido: vínculos que seducen por su intensidad inicial, pero que se deshacen ante la mínima fricción.
En pleno 2025, se observa cómo las apps de citas; Tinder, Grindr, Bumble, Facebook Dating, cambiaron totalmente la forma en que entramos y salimos de las relaciones. Aquí el amor líquido se ve en su forma más pura: relaciones ultra accesibles pero ultra desechables. Si no hay química inmediata, se hace unmatch. Si hay un problema, se desliza hacia la derecha y se reemplaza, lo cual provoca una sensación de constante abundancia en la cual es más complejo encontrar vínculos sólidos y hace ver a nadie como “suficiente”.
Esta realidad de escapar del rechazo a toda costa, provoca incluso la creación de términos nuevos para que la experiencia sea más llevadera. Así, el ghosting se volvió el mecanismo de escape más común, desaparecer sin explicación no solo evita el conflicto, también evita la responsabilidad. En un mundo líquido, ausentarse es más sencillo que hablar, más cómodo que enfrentar el impacto emocional que dejamos en el otro. En una cultura donde todo debe fluir, desaparecer se convirtió en el gesto definitivo. En el otro extremo aparece el love bombing, descrito como relaciones que empiezan como fuegos artificiales: mensajes constantes, promesas intensas, una especie de ilusión de “amor sólido” construido en cuestión de días. Pero esa intensidad rara vez es profundidad: es velocidad, impulso y expectativa, tres cosas que suelen desvanecerse igual de rápido. Un “te quiero” qué dura menos de una semana.
La confusión se profundiza en dinámicas como el gaslighting, donde la manipulación emocional crea inseguridad y transforma el vínculo en un espacio de ansiedad más que de calma. En el amor líquido, nada es del todo estable: uno empieza a dudar de lo que siente, de lo que la otra persona dice y, en casos más extremos, incluso de su propia memoria o percepción, porque la narrativa está controlada por el otro. En este clima afectivo tan difuso, todo es interpretable, todo es cuestionable, y esa incertidumbre convierte al amor en un territorio sin límites claros, donde incluso la duración del vínculo parece siempre en riesgo.
En esta representación, el amor líquido aparece como una sucesión de microvínculos: casi-relaciones, casi-amores, casi-promesas. Todo fluye… pero también se escapa. La estética de las relaciones modernas está llena de versiones de prueba. No se habla de noviazgos, sino de situationships, crushes, “hablamos pero no hablamos”, “no somos nada pero… “. Se trata de relaciones que existen solo en el espacio intermedio: demasiado íntimas para ser “nada”, demasiado inestables para ser algo. La ambigüedad se volvió una forma de protección emocional, pero también un mecanismo que evita compromisos profundos, lo cual brinda un sentido de comodidad y zona de confort.
Aun así, siempre existe la posibilidad de elegir vínculos más sólidos, incluso dentro de un mundo que premia lo fugaz sin la necesidad de volver al pasado. Esa elección implica detenerse, involucrarse y asumir riesgos. Como advertió el propio Bauman, en esta época amar es como desplazarse en “un hielo fino, donde la salvación es la velocidad”. Quizás el acto verdaderamente subversivo hoy no sea avanzar más rápido, sino atreverse a quedarse quieto sin miedo a hundirse.