Dirección Física
Av. San Martín esq. Brasil EDIFICIO PRUBER 4to piso


Por Valeria Quiñones
Hay una especie de ironía cultural que nunca falla, creemos que estamos viviendo “lo nuevo”, cuando en realidad estamos reciclando —con mejor marketing— lo que ya fue tendencia hace décadas. Las tendencias regresan una y otra vez, reeditadas por quienes buscan identidad en medio del ruido digital. Al final, la cultura avanza mirando por el retrovisor.
El retorno constante de las estéticas pasadas no es algo fortuito, más bien, responde a un ritmo cultural que mezcla nostalgia, saturación y deseo de reinvención. La moda de los 90 y los 2000, que alguna vez fue descartada como “anticuada” o “vergonzosa”, hoy reaparece en pasarelas, alfombras rojas y redes sociales con una total naturalidad. Lo que antes se asociaba a looks adolescentes, rebeldes o “poco serios”, ahora se presenta como símbolo de autenticidad y libertad. La estética Y2K (brillos, tops diminutos, minifaldas de denim y tonos pastel) vuelve a convertirse en lenguaje cultural, amplificado por plataformas que funcionan como archivos vivos del pasado. Se podría decir que lo viejo no revive a cabalidad, sino que se reconstruye. La tendencia vuelve, pero su significado cambia.
Basta con observar el renacer de prendas icónicas para entenderlo. Los jeans de tiro bajo, que en los 2000 simbolizaban un ideal corporal rígido y muy poco sano, regresan ahora como parte de una estética más relajada, combinados con tops tejidos, chaquetas oversized o cinturones anchos que dialogan con una nueva idea de cuerpo y estilo, también afirman la inclusión de todo tipo de cuerpos y tallas actualmente. Las slip dresses recuperan su elegancia minimalista, pero se mezclan con capas, zapatillas deportivas o accesorios metálicos que les dan un toque urbano. Los cargo pants, alguna vez símbolo de rebeldía callejera, pasan a ser piezas versátiles, reinterpretadas por marcas de lujo y por el streetwear contemporáneo.
La vuelta también se percibe en la belleza y la cultura pop. El gloss transparente, que dominó a las adolescentes a principios de los 200p, vuelve a desplazar al matte; el delineado colorido revive como un gesto de autocuidado creativo; y los cabellos a capas estilo Rachel Green (Friends) se reinterpretan en miles de tutoriales. En música, el pop vuelve a sonar con melodías y estructuras propias de los 2000, marcadas por sintetizadores brillantes y letras nostálgicas. Incluso en la forma de comunicarse en redes sociales aparece un eco del pasado, se destacan ejemplos como el humor al estilo 2012 de Vine, los filtros granulados tipo cámara digital, o el rescate de estéticas como coquette, grunge, indie kid, etc. Cada una renace con una mezcla de ironía y sinceridad, como si la cultura jugara a recordar quién fue para decidir quién quiere ser ahora, ¿a quién no le ha pasado?.
Esta reescritura es posible hoy porque la tecnología ha ampliado las herramientas con las que se reinterpreta el pasado. La revista Style Machine lo explica bien cuando señala que “los avances tecnológicos permiten a los diseñadores crear versiones modernas de los estilos clásicos de los años 90 y del efecto 2000, ofreciendo una mezcla de nostalgia e innovación”. Con telas más ligeras, procesos más sostenibles y técnicas más precisas convierten a cada revival en algo más que una copia; lo transforman en un híbrido cultural. Esa hibridez permite que lo retro no sea una simple tendencia pasajera, sino un punto de partida para nuevas expresiones, nuevas formas de usar y nuevas formas de interpretar la contemporaneidad.
Lo interesante es que este ciclo no solo refleja cambios estéticos, sino transformaciones en la manera de entender la identidad. El regreso del pasado no se debe únicamente a la búsqueda de estilos bonitos o “aesthetics”, sino a la necesidad de conectar con épocas que se perciben más simples o emocionalmente familiares. En el mundo acelerado en el que vivimos actualmente, es reconfortante mirar atrás ya que ofrece calma y sentido. Asimismo ofrece una oportunidad creativa: rearmar lo viejo para construir algo que la época actual necesite. Las tendencias no vuelven como copias, sino como versiones expandidas, más críticas, más conscientes y mucho más performativas.
A medida que se reaviva el gusto por lo retro, también reaparecen códigos estéticos completos que condensan una época. Por ejemplo, la tendencia Y2K ha resurgido con fuerza en 2025, trayendo consigo no solo pantalones de tiro bajo o minifaldas, sino también accesorios, colores y texturas características: telas metálicas, brillos, accesorios llamativos, bolsos pequeños, lentes de sol con formas, y una paleta cromática vibrante qué nos transporta a los primeros años del siglo XXI. Esa vuelta del estilo no solo es ornamental, sino simbólica, representa una mezcla de rebeldía, diversión, y un deseo de expresividad directa, casi despreocupada, algo que resuena especialmente con la generación X que busca identidad en medio de saturación digital, prisa y uniformidad. Es importante destacar que la reaparición de modas pasadas no se reduce a pura nostalgia. Hay detrás un contexto social y cultural que potencia ese retorno: en un mundo cambiante, con crisis, incertidumbre y un consumo acelerado, lo retro ofrece una sensación de familiaridad, estabilidad y pertenencia.
Estos regresos funcionan también como una reacción contra la estética dominante del minimalismo o del maximalismo, dos estéticas llevadas al límite qué realmente son dos caras de la misma moneda. Estas tendencias rescatan lo audaz, lo visible, lo descaradamente “moda”. Las siluetas, los colores, la música, el arte visual, incluso la cultura en redes: todo colabora. Y en ese contexto, las tendencias dejan de ser modas pasajeras para convertirse en capas culturales —capas que vuelven, se mezclan, mutan y se adaptan, generando un ciclo que parece eterno, diverso y muy vivo.
En última instancia, las tendencias cíclicas revelan la compleja relación que la cultura contemporánea mantiene con su propio pasado. Son expresión de una creatividad que se nutre de la reinterpretación y la fusión, pero también reflejo de una cierta comodidad con lo conocido que puede limitar la exploración de nuevas posibilidades. La moda y la cultura parecen moverse en un círculo donde lo familiar se repite, una y otra vez, generando nuevos significados sin abandonar completamente sus raíces, y aunque este movimiento es un motor inagotable de expresión, también invita a preguntarse si no existe un riesgo latente de estancamiento creativo. No es que estas vueltas deban terminar abruptamente, ni que la nostalgia deje de tener su valor emocional y simbólico, pero sí resulta imprescindible mantener viva la reflexión crítica sobre cómo este eterno retorno puede influir en la capacidad colectiva para innovar y construir desde la autenticidad del presente, en el equilibrar homenaje y progreso con valentía y originalidad.