ENTRE ALGORITMOS Y SILENCIOS: LA SALUD MENTAL EN LA ERA DE LA INTELIGENCIA ARTIFICIAL

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Por Aldana Suarez

Hace un tiempo estaba sentada en un rincón de mi habitación, con la mirada fija en el piso, esperando a que el dolor en el pecho y la respiración entrecortada se detuvieran. No era un mal día: era un instante que se repetía, un ritual no elegido que anunciaba una pausa inevitable en mi rutina. La salud mental se convirtió en tema de conversación global, los diagnósticos ya no se esconden bajo la alfombra y monólogos como este aparecen con más frecuencia en la sobremesa o en redes sociales.

Paralelamente, otro campo crece con la misma fuerza: la inteligencia artificial. Hoy existen aplicaciones que ofrecen meditación guiada, chatbots que aparentan ser terapeutas y algoritmos capaces de detectar patrones de ansiedad en nuestras palabras. La accesibilidad y la inmediatez las hacen irresistibles. Woebot prometía ser un acompañamiento basado en técnicas de terapia cognitivo-conductual, Wysa ofrece apoyo para el bienestar emocional y Replika se presenta como un compañero siempre disponible. Nos recuerdan cómo respirar, nos proponen ejercicios para dormir mejor, nos rodean en frases tranquilizadoras. Y sí: funcionan. Al menos, a corto plazo.

La fascinación inicial es comprensible. La inteligencia artificial ofrece algo que quizás ningún ser humano puede: absoluta disponibilidad. No se cansa, no se impacienta. Está ahí, de madrugada o al borde de un ataque de pánico, dispuesta para responder. Su costo suele ser mínimo en comparación con una sesión de terapia convencional, lo que abre la puerta a millones de personas que no pueden acceder a un psicólogo o a un psiquiatra. En zonas donde la salud mental es un lujo, la IA democratiza el acceso y ofrece, al menos, un apoyo básico.

Los avances son sorprendentes: algunos algoritmos logran identificar señales tempranas de depresión en la forma en que redactamos un mensaje. Herramientas así podrían convertirse en aliados trascendentales para la prevención. En ese sentido, no hablamos de escenarios imaginarios, sino de realidades que ya habitan en nuestro día a día.

La voz del especialista:

Hablando con el Dr. Marcelo Aranibar, médico psiquiatra, psicólogo clínico y psicoterapeuta, esto fue lo que nos dijo sobre los alcances y límites de la inteligencia artificial en la salud mental:

“He explorado algunos chats de inteligencia artificial orientados a la salud. Pueden darte conceptos, clasificaciones o criterios de diagnósticos, siempre en base a lo que les dices. Sin embargo, cuando no se introduce información suficiente y específica, la IA puede sacar conclusiones absolutamente irracionales que no tienen que ver con la psicoterapia.”

La otra cara es inevitable. La inteligencia artificial no siente. Su empatía es una ilusión diseñada cuidadosamente. La condescendencia algorítmica —esas frases genéricas que suenan a manual de autoayuda— puede aliviar en la superficie, pero rara vez se sostiene en lo profundo. El proceso terapéutico real no se limita a escuchar lo que queremos oír, sino a confrontar lo que evitamos: desafíos o verdades incómodas. Ahí, esencialmente, comienza la sanación.

Para el doctor, la raíz del problema está en la individualidad irrepetible de cada historia personal:

“El diagnóstico y la terapia siempre son individuales. Aunque hablemos de un mismo cuadro clínico en distintos miembros de una familia, siempre voy a encontrar diferencias significativas. La psicoterapia debe adaptarse a la biografía de cada persona. Y eso es algo que la inteligencia artificial no puede hacer.”

A esto se suma un dilema ético: ¿qué ocurre con la información íntima que entregamos? Lo que decimos se convierten en datos sensibles, almacenados en servidores que no siempre pueden garantizan seguridad. Y lo más serio: los chatbots no tienen fines terapéuticos. Pueden dar consejos inadecuados, reproducir sesgos y, en el peor de los casos, reforzar ideas perjudiciales.

Aranibar subraya que la dificultad de la IA no está en lo técnico, sino en lo humano:

“Nunca se termina de recoger toda la información de una persona. Siempre hay cosas que permanecen ocultas, incluso en su propio inconsciente. Por eso no se puede hacer psicoterapia con inteligencia artificial. En el mejor de los casos, puede dar criterios generales, pero no un proceso terapéutico real.”

El vínculo humano que se genera en terapia es irremplazable. Un psicólogo sabe cuándo desafiar al paciente y cuándo sostenerlo. Entiende desde los silencios hasta tus gestos, desde los matices culturales hasta tu forma de vestir en la sesión, contextos invisibles para un algoritmo. Los humanos con experiencia clínica logran leer lo que no se dice, los bots, en cambio, dependen del texto que les entregues.

Finalmente, contrasta la salud mental con otras ramas de la medicina, donde la IA ya muestra mayor eficacia:

“En áreas como un resultado de laboratorio sanguíneo, la inteligencia artificial puede analizar resultados y darte hasta la medicación genérica adecuada. Pero en salud mental es absolutamente diferente: aquí no se trata solo de datos, sino de historias, emociones y contextos.”

La inteligencia artificial no es un reemplazo de lo humano. No puede, ni debería serlo. El abrazo, la mirada que contiene, el silencio compartido: eso sigue siendo propiedad de las personas. Sin embargo, negarla sería ingenuo. En un mundo donde la salud mental sigue siendo un privilegio, la IA puede ser un apreciado complemento, incluso un punto de apoyo inicial.

El verdadero desafío no es una elección entre humanos y máquinas, sino aprender a equilibrar ambos terrenos: aprovechar lo que la tecnología puede ofrecernos sin olvidar que lo esencial sigue estando en la empatía real y las relaciones interpersonales.

Porque, al final, la pregunta no es si una máquina puede entendernos, sino cuánto estamos dispuestos a dejar que lo intente.

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