“OJITOS MENTIROSOS”: UNA REALIDAD SILENCIADA

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ARTÍCULO

Por Alejandro Nicolas Camacho Rosales

Hay tendencias que parecen inofensivas, simples juegos de cámara y filtros, y otras que, sin proponérselo, terminan señalando la realidad que muchos prefieren ignorar…

Los “ojitos mentirosos” de TikTok pertenecen a este segundo grupo. La primera vez que se ve el gesto (un rostro pintado de payaso, una mirada fija, un movimiento sutil de los ojos) uno podría pensar que es diversión pura. Pero si se recuerda su origen, la historia detrás del trend, se entiende que cada gesto cuenta una historia más profunda: nació de Chicuarotes, la película de Gael García Bernal que retrata la vida de Cagalera y Moloteco, dos adolescentes que intentan sobrevivir en barrios populares de la Ciudad de México.

La película no es amable; es directa, cruda y honesta. Los jóvenes trabajan como payasos en microbuses, sueñan con escapar de la pobreza y se ven arrastrados por el delito, la desesperanza y la falta de oportunidades. No hay glamour ni héroes perfectos, solo vidas atrapadas en la lucha diaria.

El trend retoma esa estética y la lleva a TikTok: maquillaje, gestos, calles, mercados, transporte público. Cada video parece pequeño, ligero, pero refleja algo mucho más grande: la invisibilidad de la clase trabajadora, la precariedad que muchas veces solo aparece en los medios como estadística, y la creatividad con la que quienes viven en barrios desfavorecidos sobreviven, resisten y, a veces, ríen pese a todo. La canción que acompaña los videos, con su ritmo festivo y letra de engaño y desamor, genera un contraste doloroso y hermoso: mientras la música invita al baile, la mirada de quienes participan revela cansancio, resiliencia, desconfianza y, sobre todo, realidad.

La viralidad, sin embargo, no ha estado exenta de polémica. Influencers y creadores adinerados reproducen el trend sin conocer su contexto ni su mensaje, convirtiendo un acto de resistencia en un accesorio estético. Allí se revela una tensión evidente: la brecha entre quienes viven esas realidades y quienes las consumen como entretenimiento. La apropiación desvirtúa la intención original y convierte la experiencia en espectáculo, borrando la urgencia social que Chicuarotes propone. Y, aun así, incluso en medio de la superficialidad, el trend provoca conversación. Hace que los barrios, las calles, los rostros y las historias que rara vez vemos lleguen a millones.

Quizá la fuerza real de los “ojitos mentirosos” esté en esa paradoja: es un fenómeno viral que podría ser vacío, pero que se sostiene gracias a su capacidad de visibilizar lo invisible. Cada mirada pintada de payaso es un recordatorio de que detrás de los gestos hay vidas que merecen atención, historias de lucha que no pueden reducirse a un meme o a un filtro. El éxito auténtico de este trend no se mide en likes, reproducciones ni comentarios; se mide en su capacidad de hacernos mirar, aunque sea por unos segundos, lo que no queremos ver, y de preguntarnos por qué jóvenes como Cagalera y Moloteco, reales o simbólicos, siguen atrapados en un sistema que no les da salida.

Hay también un elemento psicológico imposible de ignorar: el maquillaje de payaso. Tradicionalmente, el payaso encarna una dualidad inquietante: es símbolo de diversión y risa, pero también de tristeza oculta y soledad. Detrás de cada sonrisa pintada hay un rostro humano que, sin palabras, transmite algo más profundo. En el contexto del trend, esa máscara funciona como un escudo emocional: permite expresar rabia, cansancio o melancolía bajo un disfraz que, paradójicamente, atrae miradas sin revelar del todo lo que siente quien lo lleva.

El maquillaje crea una distancia entre el rostro real y el observado; convierte a quien lo usa en un personaje, casi en un arquetipo colectivo, donde miles de jóvenes parecen decir lo mismo: “Míranos, pero no nos veas del todo”. Psicológicamente, es una forma de apropiarse de la propia vulnerabilidad para transformarla en arte, protesta y espectáculo. Esa mezcla de anonimato y exposición, de humor y tragedia, de risa y dolor, explica por qué este trend conecta emocionalmente con tantos: porque bajo esa pintura de colores, cada mirada cargada de silencio habla más de la realidad que cualquier discurso.

Al final, los “ojitos mentirosos” no son solo un juego de TikTok. Son un espejo: nos muestran lo que somos, lo que ignoramos y lo que podemos aprender si nos detenemos a mirar más allá del maquillaje. Y quizás eso sea lo más valioso: la capacidad de una tendencia viral de transformarse en reflexión, de convertir un gesto efímero en conciencia, y de recordarnos que la mirada de alguien que lucha por sobrevivir puede decir más que mil palabras.

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