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Por Jesús Colque
Este año 2025, la Festividad de San Joaquín de Jaihuayco marca 200 años de tradición religiosa y cultural en Cochabamba. La parroquia dio inicio oficial a los festejos el 22 de agosto con una agenda intensa que incluye convite, peregrinación, misa, entrada folclórica y calvario entre el 24 de agosto y el 1 de septiembre. El paroquiano Edil Villanueva subrayó: “No se trata solo de baile ni de espectáculo. El sentido de la fiesta es orar y pedir. Pidamos por nuestra patria… por nuestra sociedad”.
Monseñor Óscar Aparicio, arzobispo de Cochabamba, resaltó la importancia histórica de esta parroquia como una de las más antiguas de la ciudad, junto con Santa Ana de Cala Cala
Para la comunidad, esta fiesta es algo más que ritual religioso: es un tejido vivo de identidad, memoria y pertenencia. La entrada folclórica, celebrada el 30 de agosto, congregó más de 42 fraternidades que llenaron de color y ritmo las avenidas Corazonistas, Heroínas, Ayacucho, Aroma y Siles, hasta llegar al templo. Cada danza, desde la morenada hasta tinkus, se convierte en una declaración de identidad colectiva, donde el patrimonio cultural se vive intensamente.
Paola García, vicepresidenta de las fraternidades de San Joaquín, celebró el aumento de participantes y celebró el impulso económico para la zona sur: comerciantes informales, músicos y emprendimientos locales se reactivaron alrededor de la festividad.
La festividad de San Joaquín de Jaihuayco es mucho más que un calendario de danzas y procesiones: es la manifestación viva de una fe que se resiste a desaparecer. Cada año, miles de devotos llegan al templo con velas, flores y promesas, convencidos de que San Joaquín escucha sus plegarias y acompaña sus luchas cotidianas. Esa devoción, transmitida de padres a hijos, convierte a la parroquia en un punto de referencia espiritual que da sentido a la vida comunitaria.
La festividad de San Joaquín también genera un impacto económico y turístico que transforma a Jaihuayco durante los días de celebración. Las calles se llenan de comerciantes, artesanos y gastronómicos que encuentran en la fiesta una oportunidad para ofrecer sus productos y mantener vivas sus tradiciones. Desde trajes bordados hasta platos típicos, cada detalle refleja una economía popular que se alimenta de la fe. Además, la festividad atrae a visitantes de otros barrios e incluso de fuera de Cochabamba, convirtiéndose en un escaparate cultural que muestra la riqueza de la religiosidad popular y reafirma a San Joaquín como un referente no solo espiritual, sino también turístico.
Pero no se trata únicamente de religión. La celebración es también un espacio de identidad cultural, donde la música y las danzas se entrelazan con la espiritualidad, generando un ambiente que refuerza el orgullo de pertenecer a Cochabamba y, en particular, a la zona sur. Cada paso de baile, cada traje bordado y cada promesa cumplida son gestos de gratitud y también de continuidad histórica.
En este sentido, la festividad de San Joaquín no es solo patrimonio religioso, sino también patrimonio popular: un legado que alimenta la memoria colectiva, une generaciones y recuerda que la fe es capaz de sostener y renovar la vida cultural de una comunidad.
La Festividad de San Joaquín de Jaihuayco no es simplemente una cita religiosa anual, es un verdadero punto de encuentro entre la fe, la cultura y la identidad popular. Cada año, la parroquia y las fraternidades movilizan a miles de devotos, bailarines y visitantes, generando un impacto que va mucho más allá de lo espiritual: se fortalece el tejido comunitario, se revitaliza la economía local y se mantiene viva una memoria que pertenece tanto a la zona sur como a toda Cochabamba.
El bicentenario de 2025 marca un hito histórico porque recuerda cómo esta devoción logró mantenerse y transformarse a lo largo de dos siglos, adaptándose a los cambios sociales y urbanos, pero conservando la esencia de la tradición. Hoy, la entrada folclórica y el calvario no solo son expresiones de religiosidad popular, sino también un patrimonio cultural que proyecta a Cochabamba en el mapa de las grandes celebraciones andinas.
Así, San Joaquín se convierte en un símbolo de continuidad: une generaciones que crecieron en torno a la parroquia, inspira a las nuevas fraternidades juveniles que dan frescura al festejo y, al mismo tiempo, conecta con las raíces de una fe que se renueva cada agosto. En palabras de los propios organizadores, la fiesta es una forma de pedir y agradecer, pero también de celebrar la vida en comunidad. Es, en definitiva, una demostración de cómo la religiosidad popular se transforma en cultura viva y memoria colectiva, recordándonos que la historia de un barrio también puede convertirse en la historia de toda una ciudad.