VIVIR AL LÍMITE: LA INTENSIDAD QUE MOVÍA A LOCOMOTORA

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Por Aldana Suarez

Una vida enérgica, sin pausas y en constante movimiento puede resultar atractiva e incluso el objetivo de muchos de nosotros, pero ¿qué tan sano es vivir las 24 horas del día con un entusiasmo extremo?

Alejandra “Locomotora” Oliveras fue una boxeadora argentina que falleció este lunes 28 de julio a los 47 años, luego de estar internada desde el lunes 14 de julio, cuando sufrió un ACV isquémico mientras dormía.

La deportista fue ingresada en el Hospital José María Cullen en la ciudad de Santa Fe, Argentina. El encargado de dar a conocer su deceso fue el director del hospital, Bruno Moroni: “hoy a la tarde la paciente Alejandra sufrió un shock con una hipoxemia severa consecuencia de una embolia pulmonar masiva que desencadenó en un paro cardiorrespiratorio refractario. A pesar de las maniobras realizadas, lamentablemente sucedió el fallecimiento”.

¿Quién fue “Locomotora”? Una mujer con un espíritu aguerrido, desafiante y muy fiel a su forma de ver la vida. De una infancia compleja y una historia marcada por la pobreza, violencia y la discriminación.

A los 14 años fue abandonada por su familia y tuvo a su primer hijo, a los 17, aprendió a tirar ganchos y crosses para no volver a ser golpeada por su pareja de ese entonces.

La caracterizó una personalidad audaz, rebelde e imbatible que la convirtió en un ejemplo de motivación que trascendió generaciones. No era parte de un personaje público construido, era más que solo una boxeadora, era una fuerza desbordada, una mujer cuya vitalidad parecía no tener freno.

Sin embargo, hay una pregunta que aparece y quizás la respuesta sea incómoda ¿Hay un precio que se paga por vivir sin pausas?

Alejandra Oliveras nació en Jujuy, pero se crio en el sur de Córdoba, donde forjó su carácter. Hija de un camionero, fue criada entre cosechas y muchas necesidades, aprendió desde pequeña que todo costaba esfuerzo, y eso siempre fue un motivo de orgullo para ella: “el campo me enseñó todo: esfuerzo, respeto por la naturaleza, y que el trabajo es la base para soñar con una vida mejor”.

El boxeo llegó de casualidad: participó de una pelea improvisada en la plaza entre dos mujeres sin experiencia, el árbitro era el carnicero del pueblo. Ganó. Y ahí, con el cuerpo encendido, comprendió que había encontrado algo. Desde entonces empezó a entrenar a varios kilómetros de su casa.

Ese fue el impulso, el primer paso para enamorarse del deporte, de aquello que le salvó la vida más de una vez. Fue campeona mundial seis veces, ganó 33 de sus 38 peleas y tiene un récord Guinness por haber sido la única boxeadora en lograr cuatro títulos mundiales en distintas divisiones.

Después del retiro, siguió moviéndose, en redes sociales, en la televisión, incluso en la política. Subía videos motivacionales y mensajes que no pasaron desapercibidos. Su estilo era enérgico, a veces agresivo, pero profundamente genuino.

No actuaba, vivía así. Con el volumen alto, sin pausas. Como si no supiera estar de otra manera.

Y quizás ese sea el punto, nunca paró, ni su energía o sus impulsos, esa necesidad constante de avanzar también pudo volverse una carga. Ser Locomotora era su identidad, pero también una exigencia constante. ¿Cuánto margen había para el cansancio? ¿O para el cuerpo?

Conocimos una mujer que se veía imbatible, y hay que sostener eso todos los días. ¿Será porque cuando la vida se vive sin pausas llega un momento en el que frenar ya no es una decisión? Si no, ¿un límite?

El doctor argentino Fernando Cichero se refirió al impacto de su estilo de vida intenso y a los factores de riesgo que acentuaron el estado de salud de la excampeona del mundo: “esta mujer no era sana. Tenía algunos hábitos sanos, pero no era sana, porque a la gente sana no le agarra un ACV. Tiene que tener factores de riesgo. Y la señora tenía dos factores de riesgo muy importantes, era hipertensa y aparte tenía obstrucción de las arterias cardiovasculares».

La intensidad es una virtud. Entregarse por completo a lo que uno hace o vivir con pasión, eso marca la diferencia desde lo enérgico: todo eso puede inspirar. Y en el caso de Locomotora, fue así. Su historia está llena de momentos donde esa fuerza fue lo que la ayudó a subsistir.

Pero cuando no se regula, esa misma intensidad puede volverse agotadora no solo para el cuerpo, sino para la mente e incluso para los vínculos. La energía también se termina cuando se invierte sin pausa, cuando la entrega es sin retorno.

Oliveras eligió vivir en movimiento, en el presente. Y quizás, en esa elección, no dejó espacio para el descanso. Ser intensa era parte de su esencia, pero también una exigencia permanente. Tal vez no lo supimos ver, tal vez ella tampoco.

Vivir sin pausas tiene un costo, algunas veces uno elevado. Y aunque nadie puede saber exactamente cuál fue el suyo, lo cierto es que su historia también nos deja esa pregunta: ¿qué pasa cuando no aprendemos a frenar?

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